cruising málaga.

Vuelvo de pasar unos días fuera de Málaga, de habitar un exilio emocional que ya no encuentro en un entorno secuestrado por perfiles pasajeros y superfluos. A la vuelta, desde el bus, me llevo una sorpresa: el único pene que queda en la zona de cruising del pantano del Agujero es el obelisco que recuerda las obras de un área de descanso que jamás fue destinada para tal uso.
En su lugar se comen pollas a cualquier hora, se comparten cigarros, van los heteros canis desde la palmilla a disfrutar de un sexo que en su mundo chandalero y visible les es negado.


Ahora casi no hay nadie. La visibilidad, ese imperativo de las políticas identitarias, o la preocupación repentina del organismo que mantiene tal lugar, han terminado por despoblarlo de la vegetación que servía de biombo natural para ocultar las mayores orgías, los encuentros fugaces, la paz del anonimato.

Un lugar al que la paradoja de la visibilidad ha terminado vaciando, pues son les invihsibles las únicas entidades que dotan de vida el espacio. Allí se follan unes a otres, erigen sus pollas al cielo, chorrean sudores sus pieles, eyaculan sobre otres, sobre el suelo, sobre los cientos de colillas compartidas en charlas banales. Estigmatizar los lugares de cruising es otro asalto más del heterocolonialismo contra los lugares donde las otredades, y les invihsibles, extienden una red de cuidados en la que el mayor afecto es la ausencia de juicio.

Vuelvo a casa recordando la última vez que estuve. Hará unas cinco lunas llenas y me improvisé un trío épico con dos palmilleros. Espero que no haya sido el último...

@invihsible_mlg

bici playa

Cinco y media de una tarde calurosa de abril. Volver a casa en bici se convierte en una auténtica batalla por la supervivencia.

En el cruce del hospital noble de la Malagueta una chonija sobre un tesla, pestañas postizas y una nueva location en una malagaeste muy poco dada al kardachianismo, sonríe abiertamente por no haberme permitido pasar con la bici. Su victoria es parecer una puta-de-lujo-barata y no permitir el paso a bicicletas donde tenemos la preferencia. Me hace la V con los dedos, se burla de mi. Su clasismo recién impostado por haberse mudado a esta zona de la ciudad compensan toda falta de educación o de civismo. Me dan ganas de escupirle en la luna trasera del coche, pero mi clase social no me permite ser un grosero como ella, pues habito justo el tramo que cabe entre lo vulgar y lo pijo: el más pringado.

Tras este primer obstáculo, y cagándome en los muertos de la chonija, consigo hacer de una vez el trayecto que me lleva hasta El Corte Inglés. Sorprendente, pues el carril bici de la Alameda es un auténtico despropósito con un kioscoestanco en el centro incluido. Paso El Corte Inglés y cuando voy a enfilar Armengual de la Mota dos kinkis subidos en el mismo patinete invaden a toda mecha mi carril. Me sortean con rapidez, sonríen, y aunque empatizo más con la guasa de estos que con la asquerosa sonrisa operada de la chonija, seré incapaz de apartar de mi nariz el rastro a pachuli barato que van dejando desde el patinete.

(algún día habrá que estudiar el exceso de perfume como lo que es: un atentado social que la gente hortera comete contra los que solo usamos colonia fresquita)

Con las fosas nasales al borde del colapso consigo plantarme por fin en el puente de La Goleta, a escasos segundos de mi casa, soñando con el momento de refugiarme de esta hostilidad en la que se inserta Málaga en verano (¿cuándo no lo es?). Justo cuando voy a cruzar el último semáforo, la ciudad de la supervivencia me pondrá a prueba una vez más -a mi y al resto de persones y coches que circulan por la Avenida Rosaleda en dirección Ciudad Jardín:

Tras un intercambio de cláxones hirientes (otro atentado, ahora contra los oídos), un par de heteruzos han decidido parar sus vehículos ahí mismo, bajarse de sus coches y dedicarse una sarta de insultos y vaciladas que con toda probabilidad terminará en boxeo. Es lo que tiene pensar que el coche es la extensión de tu pene y que tu pene es el más grande del mundo; una lógica endiablada que te hace convencerte de que la calle es tuya.

Llego a casa, por fin, pensando que el falocentrismo y el clasismo de la zona Este son la misma mierda, con la sola diferencia de que uno es aspiracional y el otro es estructural... fill the gaps.

@invihsible_mlg

boca metro.

Se me sale el corazón por la boca, no sé si por el fuerte olor a vino que desprende la Casa del Guardia, donde las barricas de vino dulce se mezclan con las notas ácidas del típico hedor a turista, o a que espero a que salga de esta boca de metro mi primera cita seria en varios años. 

Los turistas huelen tanto o más que nosotres, por cierto, pero ha hecho falta nuevo mobiliario urbano para que mi olfato descubra qué coño se destila en ese lugar de identidad tan confusa. Estoy apoyado en la valla de aluminio que hace las veces de balcón entre el suelo de la Alameda y la parada subterránea de Atarazanas. El hedor del vino embriaga, pero no es hasta que descubro que ya está aquí el metro cuando me viene una arcada a cada par de pies que saltan sobre la escalera mecánica. 

Ninguno es el suyo.

Se ha confundido, se ha bajado en el Perchel - me escribe. Ha respetado el trazado original de un tren que nunca entendimos por qué no llegaba hasta el centro. En MLG se pueden hacer las cosas bien pero siempre se acaban haciendo mal. Me pasa algo igual. Quizás es el carácter, esa idiosincrasia malagueña que, según algún historiador, no está bien definida por culpa de la condición portuaria de nuestra urbe. Según esto, en MLG nos define el trasiego, lo volátil, el puterío: tener citas un lunes cuando Géminis comienza la semana revuelte en todas las quinielas. 

He decidido moverme y esperarle en la explanada del CAC, donde el aire es algo más fresco y la condensación de turistas disminuye notablemente. Tardaré un segundo y medio en encontrar cosas de él que no me gusten, detalles que no recuerde de nuestro encuentro fugaz de hace más de un año. Su nariz será muy ancha, sus orejas muy pequeñas, quizás sus dientes sean tan blancos que quiera correr a ocultarme de su brillo. Las dudas me suben por el cuello, se alían con los veintiséis grados Celsius de esta jornada previa a semana santa y me acaloran, qué hago aquí - pienso. Vuelvo a mirar sus fotos de Instagram. Ni rastro de defectos físicos evidentes, los dientes siguen siendo de un amarillo fumador, menos mal, y la calvicie incipiente que se aprecia en su foto de Punta Umbría me parece sexy. Aun con todo estoy seguro de la fatalidad, de que sucederá algo por lo que volveré a casa prometiéndome a mí mismo que haga más caso al horóscopo, que asuma mi no-idiosincrasia malagueña, que echar raíces no es lo nuestro.

@invihsible_mlg

playa time.

Ser casi bilingüe dificulta la lectura en nuestras playas. Algunes dicen que abre posibilidades, yo solo le veo inconvenientes: duplica los estímulos, te hace percibir tanto el enfado de la señora de Córdoba como la resaca espantosa de una morena de Liverpool, por no hablar del eterno ruido de los gymbro* tan asiduos a la costa, al exhibicionismo, a los ruidosos deportes en grupo.

Hoy es día de playa, playa time, y echo de menos los cascos Marshall que perdí el pasado verano en uno de mis días favoritos. No suelen ser muchos, pues el calor y la humedad hacen de esta ciudad un infierno tropical la mayor parte del estío, pero hay ciertos días en los que la tregua es maravillosa, la energía te invade, agradeces haber nacido aquí, al norte de África. Esos días en los que con la bici, y un kit de supervivencia, te recorres buena parte de una costa cuya mejor manera de no odiarla es enfrentarla, cabalgarla, tirar la bici en cualquier punto, darte un baño, fumar un porro, intentar leer un libro, aislarte con tu playlist favorita de la conversación que mantienen les guiris más cercanes a tu toalla o hacerte disimuladas pajas bajo el poliéster que cubre tus atributos. Así no hay quien se concentre. 

Desayuno leyendo un artículo sobre la falta de concentración de los jóvenes, precisamente, a la vez que contesto a un par de grindrs que no vi anoche, ignoro el del vecino pollón que da por hecho que claudicaré ante tremenda pipeta y doy los buenos días en el grupo de familia donde una foto de mi sobrina vuelve a invadirme de tristeza. Amo tanto a esa enana que no puedo soportar el hecho de que tenga que vivir una existencia presionada por un sistema que responsabiliza de todos sus males a las nuevas generaciones. Como si el multitasking fuese un capricho y no una imposición. Como si nuestros padres, desde que descubrieran que Facebook entretiene, no se pasaran las mismas horas que elles, a veces más, visionando videos de mierda, dando likes a las fotos de tu tía Mari en los toros o recibiendo sin filtro alguno toda la mierda populista por la que gente como Ayuso se convierte en heroína. 

Me termino el café, vuelvo a mirar la foto del rabo de mi vecino (la verdad es que no veas...), fantaseo con la idea de encontrármelo en el ascensor y comenzar el día de playa descargadito. Pero lo cierto es que no me atrae, que llevo un par de años ignorando sus veladas invitaciones a casa y sorteando con cordialidad nuestros encuentros por el edificio. Hay noches, las que llego a casa borracho, que deseo pillarle conectado para bajar a darle la bienvenida que merece. Los invihsibles como yo solo cazamos de noche, reevaluamos nuestros gustos de madrugada, alumbramos nuevas filias. La luz diurna nos intimida, nos abrasa, ilumina demasiadas partes de nuestros agotados cuerpos, los revela ante un mundo al que decidimos no pertenecer, que no es para nosotres. De día preferimos pasar inadvertides, subides a nuestras bicis, degustando cruasanes en Carreterías, apagando colillas en las papeleras, tumbades en las playas o haciendo cruising en la desembocadura del Guadalhorce.

Hoy me quedo en la playa del Limonar. Suelto la bici, me instalo, cubro mi cuerpo con protección, menudo día de Marzo. Decido no fumar hachís para no perjudicar mi capacidad de concentración, pues necesito terminar un libro del que esperan mi review para mañana. Aún voy por la mitad. Uno de esos gymbro se cuela en mi campo de visión. No para de ajustarse el paquete a cada balonazo que sortea. Sabe que le estoy mirando, que bajo mis gafas de sol hay deseo, que el libro que hay abierto entre su paquete y mi mirada no es más que otra pantalla en este lenguaje de screenings por el que la sociedad está sentenciada. 

Decido darle la espalda y sumergirme por fin en el libro. Trata sobre cómo Occidente se ha enfrentado a la muerte desde la Edad Media a nuestros días. Lo encuentro francamente interesante a apenas dos semanas de que comience Semana Santa, pero comienzo a echar de menos otros ensayos sobre cómo enfrentarse a una vida, ésta, que ha convertido la enfermedad más estigmatizada en una infección invihsible.

@invihsible_mlg

festival.

Último finde del festival de cine. Una semana esquivando grupos de teenagers, fotógrafes desnortades, periodistas luciendo acreditaciones donde no son necesarias, vallas de seguridad, complejos de clase. Días leyendo mensajes de amigues que hacen todo lo posible para acceder a alguna de las fiestas oficiales, les va la vida en ello, también es complejo de clase. 

Fui a una, hará unos diez años, y nada de lo que allí sucedió merece mención alguna ni lugar especial en mis recuerdos. Asistir con un novio cuyo físico era bien codiciado no ayudó en absoluto a que me integrase en aquél ambiente. 

‘Qué tal Málaga?’

 ‘Buah chaval, me llevé a un tipazo a la habitación, aunque la Biznaga se la dieron a otro’

El tipazo era mi novio. Todo sucedió en el Málaga Palacio, cuando nos invitaron a una de las habitaciones donde se improvisó uno de los muchos afters que surgen allí esos días. Una famosísima actriz se arrancó por bulerías, sobre la cama, mientras que otra que ya nadie recuerda nos invitó a acceder a la terraza de la habitación. Allí había bebidas, algunas rayas sobre la mesa y mucho famosete charlando. Pillad lo que queráis. Mi codiciado acompañante fue acosado al instante por un grupo de ‘gente del cine’ y yo me aparté a fumar un cigarro con el típico productor tan random que ni mamársela reporta beneficios. Recuerdo mirar al cielo como agradecido de estar allí, en ese lugar distópico que durante diez días se inserta en una ciudad donde nada se hace para sus habitantes. Había algo de ese halo que rodea a todo lo VIP, que flashea por momentos, que te hace observar a los fans que se agolpan en la calle como a hormiguitas mientras tú estás ahí, on the top of the world. Un halo que, para las personas reales como yo, se desvanece en cuanto ves que tu novio se pira a otra habitación con un actor famoso y un director que hoy no sobreviviría al #metoo español. 

Tampoco yo sobreviviría a la persona que era en esa habitación. Hoy no busco a nadie que me cuele en fiesta alguna, solo intento caminar tranquilo por las calles que llevo años habitando incluso cuando el gran éxodo de mi generación me dejó aquí tirada, sin amigues, viendo como cerraban nuestros bares favoritos y permitíamos que nuestra ciudad fuese asediada.

Voy paseando por calle Álamos, me acerco hacia el cruce con calle Cárcer, el griterío de la gente se cuela en la pista de tecno que zumba en mis cascos. Se hace inevitable que dirija mi mirada hacia la puerta del Cervantes donde, bajo un clamor tremendo, la última ganadora de OT se acaba de bajar de un coche y desata una ovación más propia de Natalie Portman, ¿cómo somos tan paletes? ¿Cómo nos hemos comido un festival que se hace para un gremio basado en Madrid, que se protege de todes nosotres en un hotel fortaleza y que apenas se deja ver cuando sale del hotel al coche? Estrellas que, en su mayoría, ni se dignan a caminar los seis minutos que distan del hotel al teatro. Al menos antes, los coches oficiales tenían que discurrir por el sentir común del tráfico o uno se cruzaba con Ángela Molina paseando tranquila del brazo de su marido. Ahora ya no. Un segurata acaba de impedirme que cruce las vallas que delimitan un enorme pasillo para los coches y que parte en dos toda la zona de Alcazabilla y la Aduana.

Me pregunto si no es ese el éxito del festival, su vocación colonizadora e imperialista: llevemos a la provincia lo que no es de provincias, lo celebrarán como loques

Como no puedo cruzar la valla, decido cambiar mi itinerario y seguir mi paseo por otro lado. Por suerte está cerca el parque, por suerte ya es de noche, por suerte hay tradiciones que permanecen intactas, por suerte hay un chico mono en la zona de cruising y por suerte tiene pollón. Con menos suerte, y con el regusto de ese rabo por toda la boca, tendré que volver a casa pensando en la pizza pepperoni del cervantes. Comerla hoy será imposible, aún es festival.

@invihsible_mlg

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